Las participantes de la convención de mujeres celebrada en Akron (Ohio) aquel diciembre de 1851 serían testigos de uno de los discursos más excepcionales de la historia de los feminismos. Resulta imposible transmitir de forma aproximada el efecto que aquella voz potente y sincera, sus gestos y la lucidez de sus palabras produjeron en el público. “¿Puedo decir unas palabras?”, y al recibir una respuesta afirmativa, empezó a entonar lo que sería el discurso fundacional del feminismo negro, ahora conocido por la frase “Ain’t I a woman?” (¿Acaso no soy una mujer?).
Sojourner Truth era una esclava liberada e iletrada que dedicó gran parte de su vida a la lucha por los derechos de las mujeres negras. Su discurso se convirtió en un símbolo del momento en que éstas comenzaron a autodefinirse e identificarse con un concepto de mujer distinto al que manejaban las feministas blancas; un concepto que brotaba de la experiencia colonial y esclavista, y que reivindicaba la multitud de experiencias vitales que cabían dentro del concepto de “mujer”.
El Movimiento feminista negro emergió de la intersección –y a menudo tensión– entre el abolicionismo y el sufragismo en EEUU, hacia mitad del siglo XIX. Hay una diferencia esencial entre el feminismo occidental y el feminismo negro y es que el primero es un pensamiento de origen ilustrado, hecho a la medida de las mujeres blancas y burguesas, de buena educación y férreas aspiraciones en cuanto a la cuestión del sufragio femenino. Por el contrario, el feminismo negro surgió en las comunidades de esclavos, nutrido de mujeres que eran o habían sido explotadas en hogares o campos de trabajo, sometidas física y moralmente y sin acceso a ningún tipo de educación –lo cual no significa que luego no se tratara el feminismo negro desde posiciones más teóricas–. Sin embargo, desde el principio las feministas negras se mostraron fuertes a la hora de establecer alianzas: con los hombres de su propia raza en la lucha por la abolición de la esclavitud; con las mujeres blancas en la lucha por el sufragio femenino; y entre las mujeres negras cuando el racismo acabó contaminando el movimiento sufragista estadounidense y cuando la emancipación incorporó las diferencias de género en las comunidades negras. La combinación de ambas formas de exclusión hizo del feminismo negro un movimiento interclasista fuertemente cohesionado.
Mientras las feministas abolicionistas establecían una analogía entre la esclavitud y la sujeción de las mujeres, las esclavas liberadas como la propia Truth oponían su esclavitud a la situación de las mujeres libres, en un intento de visibilizar la diferencia crucial entre ambas: que las mujeres negras enfrentaban varios tipos de opresión simultáneos.
En 1865 se recibe con esperanza la Decimotercera Enmienda, que abolía la esclavitud. Sin embargo, ésta solo transformó la superficie de la sociedad de castas que dividía a las personas entre amos y esclavos. Solo supuso la ruptura de la diferenciación hombre libre/esclavo, pero no la de blanco/negro; y pronto la discriminación racista sustituyó a la esclavitud como criterio moderno de desigualdad.
La Decimoquinta Enmienda (1870) extendió el voto a los varones negros, lo que provocó la ruptura definitiva entre el sufragismo y el abolicionismo. El primero quedó fatalmente impregnado de racismo, abriendo con ello una brecha insalvable entre las feministas blancas y las negras. No sería hasta la aprobación de la Enmienda Decimonovena (1920) cuando las mujeres –blancas y negras– obtuvieran el derecho a voto en EEUU.
El Sur se resintió al conceder la libertad a los afroamericanos, el derecho de voto y los derechos civiles. Después de 1870, muchos Estados aprobaron leyes que privaban de derechos a la mayoría de los negros y establecían la segregación en los establecimientos públicos (Jim Crow Laws). Asimismo, durante el periodo de mayor incidencia de la Ley Lynch (1880 – 1930) o ley de linchamiento, unas tres cuartas partes de los condenados eran de raza negra.
En ese momento comenzaron a gestarse abiertamente movimientos racistas como el Ku Klux Klan, que instigaban palizas y asesinatos extrajudiciales para asustar y castigar a los negros que hacían uso de su derecho a la educación, el empleo o el voto. Llevaban a cabo redadas y masacres como las de Hamburg y Ellerton (Carolina del Sur), Copiah (Misisipi), Lafayette Parish (Luisiana), que se justificaron aludiendo al resentimiento natural de las personas “inteligentes” contra la ignorancia del gobierno. Este pensamiento permeó buena parte de la sociedad estadounidense y se arraigó durante las décadas posteriores, estallando de nuevo la actividad de estas organizaciones en la década de los 60.
LAS MUJERES DEL BLUES DEL PRIMER TERCIO DEL SIGLO XX
Durante las primeras décadas del siglo XX la población negra comenzó a emigrar del mundo rural a los centros urbanos, en los que comenzó a emerger a un feminismo negro de clase trabajadora. Durante estas tres décadas, el blues femenino –heredero de las canciones de trabajo y las canciones espirituales de la época de la esclavitud– se convirtió en la tradición secreta del feminismo negro; en el espacio donde discurría el “discurso oculto” de aquellas mujeres.
Cabe resaltar que a pesar de que el antiguo estatus económico de los esclavos no había experimentado ninguna transformación radical, el estatus de sus relaciones personales sí que se revolucionó. Durante el periodo de esclavitud quedaban prohibidas, entre otras cosas, las relaciones familiares duraderas y elegidas libremente; tras la abolición, miles de mujeres y hombres afroamericanos tenían por primera vez en la historia la posibilidad de tener relaciones sexuales libres. El blues dio expresión musical a estas nuevas realidades sociales. Desde la moral o el discurso dominante, la recientemente adquirida y practicada libertad sexual de las mujeres negras se dibujaba de otra manera, a través de una sexualidad primitiva y exótica. El blues les permitía resistir y responder esas construcciones.
Sus letras estaban plagadas de referencias a la independencia femenina, al control sobre sus deseos, al ejercicio libre de su propia sexualidad. También sus trayectorias vitales estaban salpicadas por estos escenarios, convertidos en referentes para las mujeres pobres o de clase obrera. De esta forma, estas cantantes provocaron verdadera fascinación entre las mujeres negras norteamericanas, y se tomaron como auténticas representantes de la cultura popular.
NACIONALISMO NEGRO Y EL MOVIMIENTO POR LOS DERECHOS CIVILES
Durante las décadas siguientes, las migraciones de la población negra del Sur a las ciudades del Norte continuaron, así como lo hacía la segregación. Es por ello que las feministas afroamericanas a menudo dedicaron sus esfuerzos al desarrollo de una comunidad inspirada en el nacionalismo negro, basado en la creencia de que la gente negra constituye un pueblo o una “nación” con una historia y un destino comunes. La idea de que los/as negros/as tienen intereses comunes y deberían apoyarse los unos a los otros contribuyó a crear tanto una conciencia feminista entre las mujeres negras como una conciencia negra que agrupaba a mujeres y a hombres.
Durante las décadas de los 50 y 60 se dieron diversos cambios sociales y culturales que propiciaron la irrupción en la escena política de nuevos actores que transformaron la sociedad estadounidense y en concreto, la conciencia política de la población afroamericana; un ejemplo de ello fue el Movimiento por los Derechos Civiles.
El 1 de diciembre de 1955, en Montgomery (Alabama), una mujer negra llamada Rosa Parks protagonizó el hecho precursor de este Movimiento: se negó a obedecer al chófer de un autobús público que quería obligarla a ceder su asiento a una persona de raza blanca. Este suceso la llevaría a ingresar en prisión, desencadenándose una ola de protestas que repercutieron a lo largo y ancho del país. En todo momento fue un movimiento pacífico; cientos de personas se unieron a las marchas de protesta para pedir igualdad de derechos para todas las personas; a las sentadas donde las/os negras/os ocupaban los asientos de bares y restaurantes sin consumir nada y se negaban a acatar las Jim Crow Laws.
En 1964 se aprobó la Ley de los Derechos Civiles, que no acabó con el racismo y la discriminación, pero creó un importante instrumento para combatirlos. Los mayores esfuerzos de estas/os activistas se centraron en incrementar la participación y la representación política de la población negra, es decir, en el registro de votantes en el Sur y la búsqueda de un espacio en las organizaciones estatales del Partido Demócrata en el Sur.
Al fracasar en su intento por formar parte de la delegación del estado de Mississipi, los jóvenes activistas negros se inclinaron cada vez más por la vía del nacionalismo negro. Así, en 1966 Huey Newton y Bobby Seale crearon el Black Panther Party (1966 – 1982), en Oakland (California), con la intención de formar patrullas armadas para vigilar el comportamiento de los agentes de policía y desafiar la brutalidad policial. Se trataba de una organización nacionalista negra, socialista y revolucionaria que acabó incorporando programas sociales dirigidos a la comunidad como su principal actividad. Aunque la mayoría de las representaciones del partido se concentraran en sus líderes del sexo masculino, para finales de los años 60 las mujeres conformaban más de las dos terceras partes del mismo; y para comienzos los 70, Newton empezó a incorporar exigencias de igualdad de género y sexual como parte de la plataforma del partido. Las/os Panteras Negras contribuyeron a que el gobierno y la sociedad se dieran cuenta de la urgencia de adoptar medidas para frenar el daño que se había estado ocasionando a la población negra desde la época colonial.
EL LEGADO DE LOS AÑOS 60
La herencia más significativa del Movimiento por los Derechos Civiles son las leyes y los programas de acción afirmativa, que acabaron con la base legal de la segregación racial y la exclusión política. Eso significó un gran progreso: la creación de una clase media negra, una participación en puestos de elección popular sin precedentes y la apertura de grandes oportunidades educativas y laborales para millones de personas. Sin embargo, pese los logros legales e institucionales, la violencia se extendió por los guetos de las grandes ciudades, especialmente tras la muerte de Martin Luther King (1968), y las estructuras de liderazgo y autodefensa de la comunidad negra se debilitaron.
Por otro lado, durante estos años muchos sectores conservadores también se organizaron con el objetivo de frenar todas las causas defendidas por los movimientos democratizadores. A partir de los 70, desde intelectuales desilusionados con el Partido Demócrata y transformados en neoconservadores, hasta los cristianos fundamentalistas y mujeres que se oponían al aborto, comenzaron a cobijarse bajo el manto del Partido Republicano. Esto constituyó la base social de la Nueva Derecha y la base electoral de las políticas conservadoras que terminaron por imponerse en los 80 con Ronald Reagan.
El trabajo de las feministas negras a partir de los 70 –en el marco de los black studies– se orientó hacia la lucha por el reconocimiento de su identidad, luchando nuevamente contra las representaciones de las mujeres negras en los discursos dominantes. Frente a la imagen de “columna vertebral” de la familia, a quien se atribuye la culpa de su desintegración y de los problemas del gueto; o la imagen de perceptoras de servicios sociales, numerosas escritoras, artistas y pensadoras han tratado de buscar nuevos significados. Bucearon en la época de la esclavitud y recuperaron un significado de parentesco (hermano/hermana) y de madre que fueron claves en la lucha y la supervivencia emocional de la comunidad negra. La socialización colectiva de los hijos era una forma de prepararse psicológicamente para una posible separación, y de plantear la resistencia del grupo frente a la opresión racial.
En el ámbito cotidiano, la discriminación racial sigue siendo un rasgo evidente del panorama social de Estados Unidos, y más aún en las etapas de mayor apoyo a la derecha conservadora (etapas pre y post-Obama). Aunque ésta se organiza de forma distinta a épocas anteriores, ser negra y mujer en Estados Unidos continúa exponiéndolas a ciertas experiencias comunes; haciendo que, como grupo, vivan un mundo diferente al de las personas que no son negras y mujeres. A pesar de las diferencias de edad, orientación sexual, clase social o religión, las afroamericanas se topan con prácticas sociales que las colocan en peores viviendas, barrios, escuelas, trabajos y trato público, persistiendo las creencias comunes sobre su inteligencia, sus hábitos de trabajo y su sexualidad.
F: el orden mundial